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(Wasson ha conversado con Betty la mesera y ha descubierto en ella mucho más de lo que la chica había mostrado largos años de su vida en ese pueblo. Pero sabía, cuando se fue a dormir, que eso era solamente el principio del trabajo que tendría que hacer en ese lugar).
La mañana llegó arrebolando cada pequeña cosa primero con un color
rojizo y luego con su color. Como si fuese necesaria una nueva fragua
cada mañana para insuflar su esencia a las cosas, como si solamente ese
pasaje por la oscuridad, luego el rojo fuego fueran el único camino
hacia los luminosos colores de nuevo. Pero mientras esto ocurría, Wasson
dormía. Aún así, seguiría siendo Wasson al despertar.
Había soñado que viajaba a Nueva York sin ninguna razón, y por eso
vagabundeaba temeroso por las calles jalonadas de rascacielos. Pero allí
encontraba por casualidad a una joven, a quien no podía ver la cara,
pero que le hablaba con dulzura y familiaridad, como si le conciera de
hacía mucho pero hubieran dejado de verse. Ella lo llevaba a uno de esos
rascacielos y allí le mostraba la vista y le preparaba comida. La
ciudad era la misma pero también era distinta, llena de luces como los
ríos de estrellas en el cielo. Luego de servir la comida, ella se
sentaba al lado y comía junto a él, sin decir palabra y Wasson se
preguntaba cómo había dejado pasar tanto tiempo sin visitar o al menos
hablar con esta buena amiga. Era un sueño hermoso, claro, pero de un
modo único.
Al abrir los ojos, con la
cabeza pegada a la almohada, rayado por las franjas de luz que entraban
por las rendijas de la persiana, lo primero que pensó Wasson fue: 'hay
formas únicas de lo hermoso'. Luego, volvió a cerrar los ojos por unos
minutos, deseando sordamente volver al sueño. Pero por desgracia no solo
no lo consiguió, sino que empezó a recordar todo: quién era y donde
estaba, qué debía hacer allí.
-Maldita sea! -gritó al ver el reloj. Se le haría tarde para la recepción.
***
Tras las correrías nocturnas algo había cambiado y descubrió que
conocía ya el camino. Era bastante sencillo, doblaba hasta la calle
principal que, ciertamente no era la calle principal, pero sí una que
recorría el pueblo de cabo a rabo, y luego torcía a la altura que
deseara. Así lo hizo y llegó hasta la fonda de Molly, mirando desde
lejos la estación de tren. Estaba lejos, sí, pero no tanto como para no
verla y como para no ver llegar al tren, cuando llegara. También podía
ver el automóvil negro, un Maria negro, estacionado cerca del andén.
Mientras esperaba, entraría a lo de Molly. 'A desayunar' se dijo 'eso es
todo'.
Pero cuando entró no vio a Betty o
Elizbetha, otra muchacha se le acercó. Se resignó a pedir un café y unos
huevos con tocino. El aroma de la comida lo reconfortó y luego de comer
y beber, pasó por donde estaba Molly para pagar. La mujer se mostró muy
amable, le agradeció que hubiese vuelto luego del 'malentendido' del
día anterior. Lamentaba que Betty no se encontrara entre ellos, pues
había llamado para informar que se encontraba indispuesta y no podría ir
a trabajar ese día. Nada grave, solamente una migraña. Molly no le dejó
pagar, la casa invita, repetía. Y luego, vuelva cuando quiera. Wasson
se preguntó cuánto tiempo le duraría la sonrisa una vez él hubiera
traspuesto el umbral.
Afuera la vida seguía
como siempre o, al menos, como la había visto ayer al llegar o en
tantos otros pueblos que Wasson había visitado. El Maria negro seguía en
posición. Wasson recordó algo de su niñez. Le habían enseñado sobre
Aristóteles y que la philosofía natural versaba sobre las cosas que
cambiaban, que existían la forma y la materia y cómo lo más extraño en
el mundo era el cambio. Pero Aristóteles también había enseñado, en su
libro Metafísica, sobre las cosas que no cambian: la cosmología y la
teología. Quizá hubiese otras cosas que no cambiaban, quizá la vida de
ese pueblo y de tantos otros fuera en sí misma una cosmología particular
y, en los actos de cada uno de esos seres humanos, repitiéndolo una y
otra vez, estuviera dictando algún demiurgo una teología particular,
inconcebible pero inmutable. Hasta el tren, que se acercaba, lo hacía
siguiendo las leyes que estaban escritas en el tablero de horarios.
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