Hombre de fuego, azúcar y trueno,
me das miedo.
Es tu avance tan sorpresivo y violento
que apenas un gemido exhala mi garganta.
Tu belleza es tosca, agreste y primitiva
como un ser de diez mil años
pero con jugos eternos,
como un dios en la tierra,
mortal aunque infinito.
Embajador de la luna y también
de la más oscura catacumba
que duerme bajo mi tierra.
Ser sin edad ni patria,
sin moral, sin ética.
Solo quiero tu agua,
solo quiero tu fuego,
que me sacien y me quemen,
que me vuelvan todavía
más valiente
de lo que alguna vez quise ser.
Altar de piedra acerada
veteado con tibio rocío,
sudor que licúa la sangre,
que despierta el hambre,
enceguecida y bruta,
hoy más que nunca se me muestra
mi corazón femenino,
tan partido e incoherente,
pues quiero tu furia y tu gracia,
tu resguardo y tu ataque;
quiero confiar y temer,
retrocederte y avanzarte,
recibirte y expulsarte.
¡Quiero amarte!
de la manera en que se ama
aquello
que, por naturaleza,
va y viene.
Cómo esperas que te quiera
siempre de la misma manera
si continuamente te mueves;
no das el tiempo para asentarme
y en esos vaivenes
mi tierra explota.
Te amo y te temo
pétrea figura de brazos y piernas,
de besos de azúcar,
de manos en crisis,
cosa bruta y frágil,
masa dura y angulosa
de líquidos, recuerdos
miedos y locuras.
Invítame a tu juego
y luego,
ten paciencia.
No es fácil decidirse,
tampoco lo es negarse;
solo dame algo de tiempo
para afilar mis uñas,
ventilar la casa
y quitar la mala hierba.
Mientras tanto,
piensa en la manera
de no pisar mis flores.
Tus pies no se acostumbran
a esta clase de jardines
tan pequeños y graciosos,
tan fáciles de pisar.
Hombre de sol y de luna,
te quiero hundido en mi cuerpo
como una espada mortífera,
te quiero levitando en mi alma
como una pluma de ave.
Te quiero a mi lado, inventando
los oscuros cimientos
de nuestro utópico, imposible
y necesario lenguaje.
marzo de 2001
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