martes, 10 de febrero de 2015

Un cuento del Sr. M.O.G. - Capítulo X: La mañana


https://thefella.com/photo/tallinn-old-town

(Wasson ha conversado con Betty la mesera y ha descubierto en ella mucho más de lo que la chica había mostrado largos años de su vida en ese pueblo. Pero sabía, cuando se fue a dormir, que eso era solamente el principio del trabajo que tendría que hacer en ese lugar).


    La mañana llegó arrebolando cada pequeña cosa primero con un color rojizo y luego con su color. Como si fuese necesaria una nueva fragua cada mañana para insuflar su esencia a las cosas, como si solamente ese pasaje por la oscuridad, luego el rojo fuego fueran el único camino hacia los luminosos colores de nuevo. Pero mientras esto ocurría, Wasson dormía. Aún así, seguiría siendo Wasson al despertar.

    Había soñado que viajaba a Nueva York sin ninguna razón, y por eso vagabundeaba temeroso por las calles jalonadas de rascacielos. Pero allí encontraba por casualidad a una joven, a quien no podía ver la cara, pero que le hablaba con dulzura y familiaridad, como si le conciera de hacía mucho pero hubieran dejado de verse. Ella lo llevaba a uno de esos rascacielos y allí le mostraba la vista y le preparaba comida. La ciudad era la misma pero también era distinta, llena de luces como los ríos de estrellas en el cielo. Luego de servir la comida, ella se sentaba al lado y comía junto a él, sin decir palabra y Wasson se preguntaba cómo había dejado pasar tanto tiempo sin visitar o al menos hablar con esta buena amiga. Era un sueño hermoso, claro, pero de un modo único.

    Al abrir los ojos, con la cabeza pegada a la almohada, rayado por las franjas de luz que entraban por las rendijas de la persiana, lo primero que pensó Wasson fue: 'hay formas únicas de lo hermoso'. Luego, volvió a cerrar los ojos por unos minutos, deseando sordamente volver al sueño. Pero por desgracia no solo no lo consiguió, sino que empezó a recordar todo: quién era y donde estaba, qué debía hacer allí.

    -Maldita sea! -gritó al ver el reloj. Se le haría tarde para la recepción.

***

    Tras las correrías nocturnas algo había cambiado y descubrió que conocía ya el camino. Era bastante sencillo, doblaba hasta la calle principal que, ciertamente no era la calle principal, pero sí una que recorría el pueblo de cabo a rabo, y luego torcía a la altura que deseara. Así lo hizo y llegó hasta la fonda de Molly, mirando desde lejos la estación de tren. Estaba lejos, sí, pero no tanto como para no verla y como para no ver llegar al tren, cuando llegara. También podía ver el automóvil negro, un Maria negro, estacionado cerca del andén. Mientras esperaba, entraría a lo de Molly. 'A desayunar' se dijo 'eso es todo'.

    Pero cuando entró no vio a Betty o Elizbetha, otra muchacha se le acercó. Se resignó a pedir un café y unos huevos con tocino. El aroma de la comida lo reconfortó y luego de comer y beber, pasó por donde estaba Molly para pagar. La mujer se mostró muy amable, le agradeció que hubiese vuelto luego del 'malentendido' del día anterior. Lamentaba que Betty no se encontrara entre ellos, pues había llamado para informar que se encontraba indispuesta y no podría ir a trabajar ese día. Nada grave, solamente una migraña. Molly no le dejó pagar, la casa invita, repetía. Y luego, vuelva cuando quiera. Wasson se preguntó cuánto tiempo le duraría la sonrisa una vez él hubiera traspuesto el umbral.

    Afuera la vida seguía como siempre o, al menos, como la había visto ayer al llegar o en tantos otros pueblos que Wasson había visitado. El Maria negro seguía en posición. Wasson recordó algo de su niñez. Le habían enseñado sobre Aristóteles y que la philosofía natural versaba sobre las cosas que cambiaban, que existían la forma y la materia y cómo lo más extraño en el mundo era el cambio. Pero Aristóteles también había enseñado, en su libro Metafísica, sobre las cosas que no cambian: la cosmología y la teología. Quizá hubiese otras cosas que no cambiaban, quizá la vida de ese pueblo y de tantos otros fuera en sí misma una cosmología particular y, en los actos de cada uno de esos seres humanos, repitiéndolo una y otra vez, estuviera dictando algún demiurgo una teología particular, inconcebible pero inmutable. Hasta el tren, que se acercaba, lo hacía siguiendo las leyes que estaban escritas en el tablero de horarios.


 colaboración 
(continuará)

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