domingo, 23 de noviembre de 2014

Un Cuento del Sr. M.O.G. - Capítulo VIII: El Plan



(Elzbieta, la sobreviviente del holocausto, la hija de inmigrantes polacos, la muchacha cuya familia desapareció en el misterioso bosque de Nahuam y que desde entonces debe tomar pastillas para no soñar horribles pesadillas recurrentes donde sus parientes se mutilan mutuamente, ha contado todo cuanto tiene para contar).


   -Debe pensar que estoy loca.
   -Todo lo contrario. En mi línea de trabajo hay un nombre para... su condición. Clarividente.
   Elzbieta sonrió.
   -A qué se refiere?
   -Un clarividente es una persona que tiene una facilidad de percibir fenómenos paranormales. En algunas situaciones cualquier persona podrá tener esa percepción. Pero solo seres muy sensibles son capaces de mantener esa habilidad en forma constante. Creo que usted tiene ese don. Y creo que su madre también lo tenía.
   -No diga tonterías -dijo ella, tratando de sonar cínica pero un temblor en la voz delataba un dejo de temor.
   -No estoy diciendo tonterías. Créame, he visto clarividentes y fraudes. Déjeme hacerle unas preguntas.
   -Es muy tarde -dijo ella, levantándose y recogiendo su bolso y abrigo- Debo irme. No debería haber venido.
   -Pero le estoy agradecido que lo haya hecho -dijo Wasson. Qué es lo que estoy sintiendo, se preguntó. Por qué dije eso. Y de pronto su rostro se había vuelto rojo como un tomate.
   La ayudó a ponerse el gabán y la acompañó hasta la puerta. Él hizo ademán de acompañarla.
   -Gracias, pero preferiría ir sola. Necesito aire.
   Entonces vio algo en el rostro de Wasson y agregó:
   -Pero me alegrará volver a verlo en la mañana, en la fonda de Molly.
   Estrecharon sus manos y la muchacha se alejó por la calle bajo los faroles. El sonido de sus zapatos en el pavimento se fue haciendo cada vez más imperceptible hasta desaparecer del todo y solamente entonces Wasson volvió adentro.
   La muchacha, debía de tener visiones todo el tiempo si no fuera por las pastillas. Esos sueños. La madre, seguramente, también tuviera el don. Debió saber que moriría en el viaje. Quizá no tuvo tiempo de explicarselo a su hija antes de morir. Quizá simplemente no habría sabido como hacerlo. O será que sus habilidades empezaron a manifestarse recién en la adolescencia, como en tantos casos bien documentados? Justamente cuando ocurrió esa tragedia con su padre y sus hermanos. Seguramente el sueño contenía la clave, ese sueño recurrente y horripilante donde los diablos vestidos con la piel de su padre y hermanos venían a buscarla y la forzaban a tomar parte de esa orgía de sangre. Pero ella había tenido que bloquear ese sueño y todos los demás, y con ellos sus visiones, para sobrevivir. Quizá, sin embargo, ella aún pudiera manifestar algo del don aún bajo el efecto de las pastillas. En cosas nimias, seguramente, como adivinar los pedidos de los clientes. Algo es seguro, por eso mismo Betty le llamó la atención en la fonda; algo dentro de Wasson se había dado cuenta ya entonces que ella tenía el don de la clarividencia. O habría sido otra cosa?
   Elzbieta tenía el rostro pálido y hermoso, el pelo negro y enrulado y los labios como una herida abierta. Wasson se dijo que no debía pensar más en ella. Al menos no así.
   Metió la mano en el bolsillo y sacó el reloj. Era tarde, pasada la una. Y sin embargo no había sido un error llegar antes. Había aprendido cosas de Nahuam senior. De como su aserradero cayó en desgracia y todos los empleados que pudieron lo abandonaron, y tuvo que apelar a los polacos y otros inmigrantes. Había un gran caudal de ellos, debido a la guerra; huyendo de la guerra llegaban a Norteamérica, la tierra de las oportunidades. Y el pueblo estaba cerca de un puerto. La llegada de marineros extranjeros o inmigrantes sería moneda corriente. Quizá Nahuam enviaba a alguien por ellos al puerto, con ofertas y promesas.
   Acaso sería posible que Nahuam hubiera hecho un trato con una entidad o entidades sobrenaturales que habitaban en el bosque? Cómo puedo pensar algo tan disparatdo, se reprochó Wasson. No debo tomar al pie de la letra lo que me ha dicho Elzbieta. Pero... acaso eso no explicaría tantas cosas? A cambio de sacrificios humanos, esos espíritus del bosque, temidos por los indios, le habrían proporcionado riquezas a Nahuam. La gente del pueblo le temía y no trabajaba para él, pero los extranjeros no lo conocían. Eran las víctimas ideales. Nadie los extrañaría. Y Elzbieta, la pobre chica judía, estaba loca; aún si hubiera querido no habría podido hacer nada. Ni aún hablar con nadie que le creyera. Pero él, Wasson, le creía. El la ayudaría a llegar al fondo de su misterio. Quizá con su ayuda hasta pudiera volver a dormir y soñar. Quizá...
   Otra vez se descubrió pensando en la muchacha de un modo que no le gustaba. Que no le ayudaría en su trabajo. Su trabajo que aún no había comenzado, pero ya comenzaría. El cansancio, realmente estaba abrumado. Así que buscó por la casa un lugar donde acostarse. Encontró una habitación perfectamente dispuesta, seguramente por aquél abogado. Se desnudó rápidamente y apoyó la cabeza sobre la almohada. Había tantas cosas que no entendía. Debería hablar con esos indios. Esos espíritus o espíritu del bosque, él ya había oído hablar de ellos. La leyenda del Wendigo. Seguramente despejarían sus dudas, encontraría una explicación racional.
   -Además -escuchó una voz- nunca creí en los pactos con el diablo.
   Wasson se dijo que esa voz susurrante que había oído era la suya. Y se quedó dormido.

***

   El hombre que se había presentado a Wasson como Samuel Marcus golpeó la puerta del estudio en la residencia Nahuam.
   De adentro provino una voz cálida y mecánica que dijo:
   -Adelante, Marcus.
   Marcus abrio la puerta. El estudio le recordó al que había conocido en otro lugar y otro tiempo. La casa estaba en penumbra, apenas unas lámparas para poder transitar por los largos corredores y las escaleras. Pero allí, además, ardía un fuego. Sentado examinando unos pergaminos de apariencia aantiquísima había un hombre alto y delgado, más alto y más delgado que él mismo. Dejó la lupa en la mesa, levantó la vista y le sonrió.
   Sin mediar palabra fueron caminando hasta dos sillones dispuestos frente al fuego.
   -Recibí el llamado del muchachuelo ese. Todo ha ocurrido como habías previsto... Wasson se dio cuenta de Betty, y estuvo hablando con ella largamente. Recién ahora la muchacha se ha ido a dormir y seguramente Wasson también. Fue una buena idea que el chico la siguiera.
   Mientras Marcus hablaba, el otro destapó una botella de bourbon y sirvió dos vasos. Con la mano indicó a Marcus que se sentara.
   -Si. Todo está saliendo de acuerdo al plan.
   Chocaron los vasos, brindando, y luego bebieron un trago largo. Las llamas oscilaron. Ellos volvieron a beber. 



colaboración 
(continuará)